Tribuna
Un teatro para una nueva clase
Ya dije en otro artículo de esta serie que sospecho que al teatro le sienta fatal abandonar la taberna y sentarse pulcramente a tomar el té, y eso fue precisamente cuanto le sucedió durante el s. XVIII
Los derechos, antes de ser derechos, ¿acaso no son deseos?
Los derechos, antes de ser derechos, ¿acaso no son deseos?
La impertinencia de Moliére
¿Cuánto le deben a su magisterio La kermesse heroica (1935), de Jacques Feyder, o La regla del juego (1939), de Jean Renoir? Supongo que casi todo, porque convertir en el más ridículo de los ejercicios humanos el disimulador brinco que el hombre da desde su torpe realidad hasta su anhelada apariencia, fue su mejor y más efectiva artimaña. Pero, de inmediato, me pregunto ¿si tal estratagema no se hallaba ya en la comicidad del gran Menandro o del enredador Plauto?
Corneille o la nueva tragedia
Resulta escamante la ausencia de sus obras en nuestros escenarios, cuando su teatro, tanto en su vertiente cómica como en su más célebre facetatrágica, es crucial no solo para la lengua francesa sino para la expansión y el asentamiento en toda Europa de una nueva forma de concebir el drama; por una parte, purgada de los muy nutritivos y a menudo desdeñadosresabios medievales, y por otra y en su esfuerzo netamente renacentista, por rescatar los espléndidos argumentos grecorromanos. Y no encuentro otra explicación a su postergación de nuestra cartelera sino en la peculiar forma de emprender este mismo giro, tonal y argumental, por nuestra “comedia nueva” —eso que entendemos como el teatro del Siglo de Oro—, tan diferente de la acometida por Pierre Corneille, en Francia.
Un hombre excesivo
Siendo un mozuelo abrieron en su villa, Madrid, por fin algunos corrales apropiados para las comedias, como el de la calle de la Cruz,...