“La noche queda para quien es”. Una frase que aparece como si tal cosa entre las desgarradoras páginas de La lluvia amarilla de Julio Llamazares y se queda resonando en la cabeza del lector durante mucho tiempo. Una de esas frases con la capacidad de parar en seco la lectura. Por un momento, nada hubo antes y tampoco lo hay después. Mientras, tú, por dentro, solo encuentras esas seis palabras que se repiten y te llevan a otros lugares, a otras reflexiones.
Si semejante es el impacto de la frase escrita, imagínense el de la frase pronunciada. Vestida del profundo timbre de la voz de Ricardo Jóven, no solo conserva sino que magnifica esa capacidad de inundar el pensamiento, llevándose por delante lo que sea que ahí hubiera hasta entonces. Solo por esta frase, por este momento, merece la pena hacerse con una butaca en la que sentarse a disfrutar de la adaptación teatral de la novela de Llamazares en el Teatro Español, dirigida por Jesús Arbués.
Uno entra a la sala Margarita Xirgu conducido por la curiosidad de cómo podría contarse lo que sabe que ha de ser contado. Al menos, ese fue mi caso. No había expectativas, solo la más genuina curiosidad. Porque llegar a ese nivel de empatía que produce el libro, tan carnal, tan desoladora, no parece tarea fácil.
No obstante, las magistrales actuaciones de Alicia Montesquiu y Ricardo Joven bajo las luces del video mapping, le hacen sentir a uno el frío del solitario Ainielle en sus propios huesos. En el marco de una escenografía que transporta, la musicalidad de las canciones que Alicia susurra se entremezcla con los relatos que Ricardo recita. Él, encarnando a Andrés, el último habitante del pueblo. Ella, poniendo voz a todo lo demás, un personaje múltiple que se pasea por la escena como una de las sombras reunidas en la cocina de Casa Sosa.
En un equilibrio vertiginoso, la pareja tiene la capacidad no solo de conmocionar en lo afectivo, sino también de apelar a una reflexión más racional. Se reabre así, entre las lágrimas que mojan los ribetes de las mascarillas, un debate que inaugurara Llamazares hace ya treinta y tres años. El foco vuelve a posarse sobre la despoblación de la España rural. ¿Seguirá Ainielle siendo, cuando no quede vida dentro de sus casas, ni en sus calles, ni en sus montes?
Uno sale de la sala Margarita Xirgu conducido por la duda y la inquietud. Irse o quedarse. Volver o no regresar jamás. Ser o no ser. Son las nueve y ya es de noche. Ya es de noche. Y la noche queda para quien es.